Introducción

En un pasado no muy remoto la arquitectura era cosa de arquitectos y el urbanismo asunto de políticos o visionarios. Hoy, por mor de la apoteosis pluridisciplinar donde la economía se ha convertido en el motor primero  y los análisis de naturaleza económica, por tanto, son los vectores que ordenan la dirección de las conductas, sucede que la arquitectura y el urbanismo han desdibujado sus fronteras. Como lo han hecho la política y la economía. Y en el fondo, y lo que es más grave, las ideas y las conductas.  Nuestro entorno próximo, al menos desde el punto de vista disciplinar e intelectual, es un continuum donde las técnicas se entrelazan sustituyendo a las ideas, con un eficaz protagonismo que otorga a lo mensurable el puesto principal en el discurso de la interpretación y transformación de la realidad inmediata.
En este escenario, ciertamente dislocado, la política la hacen los economistas, quedando los políticos como simples locutores mediáticos de unos programas que responden más al “marketing” que a la ideología. Los tecnócratas se instalan en las competencias públicas y los banqueros quieren hacer política.  Los cantantes son líderes de cualquier opinión.  Mientras los “reality-shows” exhiben el sexo, el delito o el desamor en una mezcla que se justifica desde la sociología, nueva Ars Magna que lo explica todo. ¿Cómo nos ha de extrañar -en ese escenario- que de arquitectura hablen los periodistas y  callen los arquitectos, o que de las ciudades opinen los cantantes y «la movida» sustituya al plano? Sobre la consideración de estos asuntos se ha producido una trivialización cargada, paradójicamente, de gran complejidad argumental. Sin duda, ello deriva de la necesidad, casi obligación, de hacer accesible urbi et orbe lo que históricamente se  ha instalado en circuitos más reducidos.
La trivialización provoca, como modo de explicación de los fenómenos para los que se desea una comprensión universal, que conforme más se simplifica y banaliza el mensaje, más compleja y sofisticada es la manera de envolverlo. Concretamente, hoy el urbanismo es una cosa de la que entienden las asociaciones de vecinos, los funcionarios municipales y sirve a los políticos como paraguas de unas decisiones cuyas verdaderas motivaciones se ocultan para dar paso a simples razones instrumentales, urgidas por la satisfacción autista que conlleva el ejercicio del poder.  Lo políticamente correcto, hace hoy que estén vacías de sentido cosas y empresas que exigen la aplicación exagerada de medios y esfuerzos para obtener resultados vacuos, cuando no perniciosos. Y nuestras ciudades son hoy un claro ejemplo de todo ello. La censura que computa el prejuicio de lo políticamente correcto, produce el efecto perverso sobre el mundo del análisis y la discusión de separar del escenario del debate a las ideas por eso precisamente, por ser ideas.