Introducción

Aquí y hoy las ciudades, los escenarios físicos donde se desarrolla la mayor parte de las vidas de muchos de nosotros, son un conglomerado informe en las que el trabajo de ordenar y componer  sus espacios, además de ser una tarea compleja, crea frecuentes problemas y desajustes, a veces mayores y más complejos que los que se pretenden resolver. En ellas, normalmente se enfrentan estructuras y ordenaciones parciales, con origen en distintas voluntades, competencias o secuencias de su historia, en áspero conflicto, conquistando un lugar para poder sobrevivir, aún a costa de grave riesgo para el todo urbano. Ordinariamente este desorden en la articulación de las partes supone una agresión sobre el uso de lo  circundante y cotidiano por la ausencia generalizada de una ordenación jerárquica que estructure el todo.

Sin embargo, no siempre ha sido así. O no ha sido así en este grado y medida. En el origen de las antiguas civilizaciones se cuidó la creación de espacios delimitados y específicos para las diferentes estructuras que en su conjunto definieron la «urbs». Entendida aquí como claro marco, distinto y diferenciador del «ager», cultivable o inculto, circundante.
El proceso de formación de nuestras ciudades implica un discurso histórico en el que por sustitución, agregación, ampliación o reforma, las distintas piezas del todo urbano, se van adecuando a la «manera» necesaria que permita un uso satisfactorio del bien físico que supone la propia ciudad