Prólogo

Este libro es el resultado de unas reflexiones personales  sobre algo que, quizá por puro evidente, resulte inusual considerar como problema. Me refiero a la democracia como problema. Hoy nos parece, al menos a los españoles, que democrático es un adjetivo que conlleva la bondad de aquello que califica. Nos parece que la democracia es el bien y lo democrático lo que lleva a conseguirlo. En las declaraciones de los políticos profesionales se habla de conciencia democrática, responsabilidad democrática, justicia democrática, como si al calibrar tales conceptos de semejante manera pretendieran trasladarnos a los ciudadanos comunes la bondad esencial de aquéllos. Parecen convenir en que lo adjetivo mejora la sustancia, hasta el extremo de pretender encontrar la bondad en la circunstancia y no en la esencia de tales conceptos. En su discurso, lo democrático actúa como el bálsamo de Fierabrás que todo lo cura. En su lenguaje, lo democrático equivale a lo moderno, a lo razonable, a lo justo.
Pero, ¿qué quieren decir ellos con democrático? ¿Saben siquiera de qué están hablando? ¿Por qué consideran antidemocráticas las críticas a sus conductas y al sistema que ellos practican? ¿Por qué satanizan, con la ominosa llamada a lo antidemocrático, la puesta en cuestión que se pueda hacer de sus prácticas, conductas y sistema de valores? Por todo esto lo democrático se ha convertido en carcelero, y la primera víctima de esa singular prisión resulta ser la democracia. Lo adjetivo ha superado a lo sustantivo y lo epifenoménico a lo primordial.