CAPÍTULO I

La Muerte

Casas Reales, Medina del Campo
26 de noviembre de 1504
Las voces asustadas de doña Violante de Albión al salir de la cámara donde yacía la Reina afligieron aún más el menguado ánimo de los pocos amigos que me acompañaban en la vigilia de una noche que no encontraba final. Desde hacía semanas la salud y la vida de mi mujer, Isabel I de Castilla, se escapaban a chorros entre silencios y oraciones y se perdían por las paredes de aquella casa que ella misma había mandado acomodar, poco antes, para esperar allí a la Muerte. Una Invitada que se acercaba a mí para quitarme, otra vez, algo de lo que había conseguido precisamente gracias a Ella. La Muerte y yo llevábamos muchos años juntos y a los dos nos había ido bien en la mutua compañía, que por mi mano y mis tropas le di muchos servidores y Ella bien me había correspondido otorgándome fortuna y despejando cuanto obstáculo se venía contra mis planes. Hoy la sabía allí, entre las viejas paredes del palacio de San Antolín, que algunos llamaban del Potrillo, esperando llevarse a mi mujer. La sentía ahora como la había sentido en la batalla, como un sabor de hierro ácido en la boca, pero en ese momento la temía más que nunca. Hoy la Muerte me iba a quitar a  Isabel y, como consecuencia, seguramente un Reino.
Yo la conocía ya muy bien, pues la había tenido por compañera durante muchos años y sabía que es más terrible cuando siega las vidas de quienes están cerca que cuando envía la guadaña hacia tu propio cuello, pues Ella prefiere aniquilarte poco a poco, arrebatándote para siempre piezas de tu mismo ser a las que quieres o necesitas. Y hoy venía a quitarme a Isabel, la que he tenido por mujer pese a que no la haya querido en amores, como antes nos había robado a nuestro hijo mayor, el Infante Juan, y después nos quitó a nuestra hija segunda, Isabel como su madre,  del mismo modo que  se llevó también al hijo de nuestra hija muerta, el Infante Miguel, y con todos ellos parte del alma, si no toda, porque el hombre muere tantas veces como pierde a alguno de los suyos. Ella se sabe con derecho sobrado a hacerlo así conmigo, porque casi todo lo que soy se lo debo y por eso mismo todo lo que me ha dolido de verdad también ha venido por su mano, que al robarme a mis hijos no sólo me ha quitado parte de mi vida, sino que, y eso es casi lo peor, me ha estafado en el porvenir posible de mis esfuerzos, el futuro que pacté con Ella.